HISTORIA DE NUMANCIA


El Cerro de la Muela, donde se encuentra Numancia, estuvo habitado al menos desde el segundo milenio a.C., en la Edad del Bronce. Posteriormente evolucionó durante el primer milenio a.C. hasta convertirse en un oppidum, o ciudad amurallada, en la Edad del Hierro. Pero es en el año 153 a.C. cuando su nombre se escribe en la Historia con tintes áureos.
En el siglo II a.C., tras derrotar a los Cartagineses en la segunda guerra púnica, Roma se plantea el dominio de la Península Ibérica. Los pueblos celtíberos de la meseta, entre los que se encontraban los arévacos, tribu a la que pertenecían los numantinos, plantan cara a la invasión. La superioridad manifiesta de las legiones romanas, apoyadas por las tropas auxiliares de los pueblos peninsulares que van cayendo en su poder, hace que el avance sea imparable. Pero algunas ciudades resisten. Una de ellas es Numancia.
Otras ciudades pactan con los romanos acomodándose a sus exigencias. Estos pactos son rotos sistemáticamente por los invasores, que los interpretan a su antojo.  Una de estas ciudades era Segeda. Debía enviar soldados a servir a las legiones romanas. Ante el retraso del envío y aprovechando la excusa de que los segedenses  estaban ampliando su muralla, un gran ejército romano marcha contra la ciudad. Los habitantes de Segeda huyen y piden ayuda a los numantinos, que les dan refugio en la que entonces era la más importante ciudad arévaca.
Y aquí surge el primer héroe de la resistencia contra los romanos. Curiosamente no es un numantino. Los numantinos y los segedenses con otros contingentes arévacos hacen frente a las entrenadas tropas romanas. Dan el liderato a un segedense llamado Caro. Sin duda la elección no es fortuita. Aunque los escritos no nos dan la semblanza de este jefe celtíbero, el resultado de la contienda le avala. La derrota romana es total. Más de 6.000 romanos quedan muertos en el campo de batalla. Caro no pudo celebrar la victoria, ya que murió persiguiendo a los restos del ejército invasor.
El cónsul Fulvio Nobilior, apremiado por el enojado Senado Romano, pone bajo asedio a Numancia. No se puede consentir que una simple ciudad celtíbera ponga en jaque el orgullo de la República de Roma. Para obtener éxito contra los que ya habían demostrado su valía, los romanos guardan un as en la manga. Masinisa, rey númida, africano, envía refuerzos y entre ellos un arma entonces letal: un contingente de elefantes de batalla. Este tipo de tropas causaban pavor con sus cargas. Los mismos romanos los habían sufrido enfrentándose contra las tropas de Anibal. Pero aunque los numantinos no salían de su asombro ante semejantes bestias, consiguieron herir a una de ellas con una gran piedra, seguramente lanzada con algún tipo de artefacto. El elefante, sufre un impacto que le deja loco de dolor y entra en desbandada, atacando a los otros elefantes y volviéndose contra sus mismos amos. El pánico entonces cambia de casa. Las tropas romanas entran en desbandada y son presa fácil de los celtíberos que caen sobre ellos no con la pesadez de los elefantes, sino con la certeza mortal de las águilas.
Fulvio Nobilior huye. Ya no volverá sobre Numancia. Volverá a Roma derrotado y avergonzado.
Muchas vidas romanas perdidas llevaron al cónsul Claudio Marcelo, conciliador, a un acuerdo de paz con los numantinos, que a cambio de una gran cantidad de dinero consiguieron el cese de las hostilidades durante nueve años.
Pero en el 143 a.C. vuelven a soñar las trompas de guerra. La tensión entre Roma y los celtíberos aumenta. El caudillo lusitano Viriato obtiene varias victorias. La rebelión se extiende entre los celtíberos. El senado romano manda  ejércitos al mando de cónsules que se van sucediendo al ritmo de sus derrotas ante los muros de Numancia.  Entre ellos destaca la historia de Cayo Hostilio Mancino. En el 138 a.C. cayó sobre Numancia con un ejército de más de 20.000 hombres. El resultado fue una derrota absoluta. Fue apresado junto con los apenas 4.000 soldados que quedaron vivos. Llevado a Roma junto con los embajadores de Numancia en un intento de acordar un nuevo tratado de paz, fue despreciado por el Senado romano y devuelto desnudo a los numantinos. La guerra continuaba.
Roma no podía aguantar tanta osadía. Un pequeño reducto en medio de la meseta se había hecho fuerte y soportaba las embestidas del mayor poder de Europa. Ante esta situación eligieron a  Publio Cornelio Escipión, apodado el Africano. En su haber estaba la destrucción de Cartago, el otro poder que en su día había disputado la hegemonía del Mediterráneo a Roma. En octubre de 134 a.C. Escipión con su ejército se planta ante Numancia. Pero no la ataca. Seguro que en su mente estaban las sucesivas derrotas de otros generales romanos que vieron la fortificada ciudad celtíbera antes que él. Lo que hace es rodear la ciudad con una muralla de 9 kilómetros de longitud para rendirla por hambre. Levanta siete campamentos para fortificar el recinto del sitio. Las salidas de los numantinos para romper el cerco son infructuosas. Sólo el héroe numantino Retógenes consiguió romper del cerco con unos cuantos compañeros y llegarse a la ciudad de Lutia para pedir ayuda. Escipión, enterado de la situación les apresa junto con los 400 jóvenes de Lutia que se les habían unido y les castiga cortándoles ambas manos. La suerte de Numancia estaba echada.
Tras once meses de asedio los numantinos no pueden aguantar más y cada uno acepta su destino de diferente manera. Para no dejar nada a la codicia de los romanos queman su propia ciudad. Unos perecen entre las llamas, otros se dan muerte entre ellos o a sí mismos. Los menos acabaron esclavizados por Roma.
Escipión paseo con sus esclavos numantinos en triunfo por Roma,  pero el destino le esperaba con un agrio pago, quizás por lo que podíamos calificar de “juego sucio” al no atreverse a enfrentarse directamente a los orgullosos numantinos a pesar de su superioridad de fuerzas. En el 129 a.C, sólo cinco años después de la caída de Numancia, fue acusado en el Foro Romano de enemigo del pueblo. A la mañana siguiente fue encontrado muerto, seguramente asesinado. Entre los sospechosos estaba su propia mujer y su madre…
Por el contrario, Numancia fue alabada por los mismos escritores e historiadores romanos que vieron en ella el mayor ejemplo de valor.  Al final la Historia dio los laureles de la victoria a esa ciudad celtíbera que aguantó hasta lo indecible por defender su libertad enfrentándose a un enemigo infinitamente superior.


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1 comentario:

  1. Considero que es éste lugar, NUMANCIA, el merecido como comienzo de la actual España y Portugal.

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